Los sueños anuncian cosas.


En los pueblos antiguos, los sueños eran puertas a lo divino. Lo que aparecía en la noche se interpretaba como mensajes de seres sobrehumanos. Aristóteles, sin negar su carácter revelador, dio un giro decisivo al afirmar que los sueños nacen de la propia alma. No son dictados de dioses ni advertencias del más allá, sino voces que emergen desde lo más hondo del ser. La idea provocó temor porque, si lo extraño y lo inquietante venía de dentro, ¿no sería señal de un mal o una locura escondida?

Hoy, aún persiste en algunas personas la creencia de que los sueños son mensajes premonitorios. Y aunque las coincidencias a veces parecen confirmarlo —como le sucedió al químico Dmitri Ivánovich Mendeléyev, que soñó con su más reconocida creación: la tabla periódica—, nada prueba que provengan de fuerzas externas.

Lo que sí sabemos es que, al dormir, se borran los códigos sociales y morales que a veces censuran nuestro sentir. Quedamos en un estado primitivo, receptivo a lo que en el día la mente calla, y ciertos pensamientos —a veces demasiado crudos para enfrentar en vigilia— encuentran allí un escenario. Es decir, los recuerdos escondidos entre capas de estímulos diarios hallan más fácil el camino hacia la conciencia mientras dormimos. Por eso, no es raro resolver ese problema largamente postergado en mitad de la noche o, como quien sueña con la muerte de un familiar, percibir señales que durante el día no se logran reconocer, aunque el instinto ya las haya registrado.

Un sueño también puede responder a simples estímulos fisiológicos. El cuarto helado donde dormimos puede transformarse en una montaña ártica, así como un dolor de estómago puede adoptar la forma de una persecución angustiante. Aunque existan creencias actuales de que los sueños nos dan mensajes, esta es, en muchos casos, una manera de encontrar calma: la ilusión de control frente a la inestabilidad mental propia del ser humano.

El análisis de los sueños abre la puerta a un territorio nuevo: el de los símbolos únicos e irrepetibles de cada soñador. Esto significa que no existe un manual universal de interpretación, y que el mensaje no siempre tiene que ser revelado. No se trata de un comercial que sugiera que solo en un análisis se puede descubrir, sino de una invitación a reflexionar: ¿Por qué esas imágenes y no otras? ¿Por qué el frío de una habitación inspira en algunos un paisaje nevado y en otros un océano helado? ¿Qué verdades estás revelando sin siquiera saberlo? Quizá, si en lugar de buscar respuestas en manuales o con gurús nos centramos primero en pensar el significado propio, podamos abrir camino a ese nuevo mundo.


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